El dilema de las magdalenas

Por las noches le gusta sentarse junto a la ventana y pensar en asteriscos… Bueno, no siempre, sólo los días en los que se siente al margen de todo. Y si tuviera que describir la cara que pone al comer sopa, diría que es como si estuviera pensando en castillos de arena, entre soñadora y melancólica… Era cuestión de tiempo que se le comieran sus propios pensamientos.

 

– Sí, sí, ese está bien –farfulla ensimismado mientras trata de localizar el barquillo perfecto entre cientos de ellos.-  Sí, sí y ese también.- Y ríe, inocente y desquiciado.

 

Al final coge uno y comienza a examinarlo de cerca.

 

– ¿Sabes? Hasta las magdalenas deben morir en el momento apropiado.

 

 

La magdalena estaba rellena de unas maravillosas pepitas de chocolate y recubierta por un delicado papel blanco con topitos morados. La habían dejado en la segunda repisa del armario de la cocina y Adelaida llevaba cosa de cinco minutos mirándola fijamente. El destino es simple, se dijo la magdalena. Tenía miedo de la oscuridad, pero conocía tantos y tantos bollitos que se habían ido secando con los años que… ¿Es un suicido cumplir con la vida? Nací para ser devorada. A nadie le gusta morir, ¿pero no es peor descubrir en el lecho de muerte que tu vida no ha servido para nada?

 

 

– Sí, sí, es bueno. – Y piensa en asteriscos de puntas redondeadas, en asteriscos a los que les faltan brazos y pasan por la vida como signos de multiplicar y en asteriscos que al llegar a casa descubren que un número pequeñito les ha robado la frase.

 

Un acto más… Sólo un acto más de diversión, locura y… ¿vida o superficialidad? Puede que sea lo mismo. Se pregunta cuál será el significado real de su próximo beso. ¿Un arrebato exultante de vitalidad o un remedio que se administra periódicamente para ahuyentar la soledad? El suicida obedece a sus impulsos, convencido de ser una magdalena.

 

Por cierto, más allá de los labios de Adelaida, la magdalena solo ve oscuridad.

 

A veces la noche protege… A veces la nada protege… A veces la muerte es acogedora.

 

 

Y pasa el resto de sus días buscando el barquillo perfecto, pensando en asteriscos y encerrado en sus propias ilusiones, incapaz de saber si tenía razón o no, pero soñando maravillosos castillo de arena que derriba el viento y lanzándose de cabeza dentro de los labios de una niñita con coletas y sonrisa infantil, como la magdalena que siempre ha sido.

2 respuestas to “El dilema de las magdalenas”

  1. Primer!!!

    Y muy bonito. Pero me ha dado hambre… a las 10:44 de la mañana.

    Me voy a por una madalena!!!

  2. eiruceiram Says:

    Bonito…

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